
Una silenciosa guerra se está librando actualmente en el Chaco cruceño. El enemigo de los habitantes de esta región es la sequía, un duro rival que ellos saben atacará de aquí en más su tierra. Esta lid ha obligado a los pobladores de Charagua a convertir su municipio en un gran laboratorio de experimentación. Acostumbrados desde generaciones pasadas a los monocultivos de maíz y frijol, ahora los productores de la zona han comenzado una inédita apuesta por la siembra de frutas y verduras, para de esta forma paliar los efectos que causa su principal rival.
Ángel Herrera es uno de los combatientes que ha salido victorioso en esta batalla. Orgulloso, este agricultor muestra una de las primeras sandías que ha nacido en Charagua. “No sabíamos si podíamos cultivar todo tipo de frutas, porque lo habíamos intentado primero con la piña, pero no funcionó. Sin embargo, el descubrir que la sandía puede crecer de forma tan increíble, en los apenas tres meses que hemos plantado la semilla, es todo un descubrimiento del que nos sentimos especialmente vanidosos”, dice. Y para festejar este acontecimiento, Herrera parte la sandía y un chorro de jugo rojizo cae sobre la tierra. Es el complemento perfecto para una calurosa mañana de trabajo.
El municipio de Charagua es uno de los más extensos de Bolivia. Y cada año es uno de los más afectados por las inclemencias naturales que sacuden el Chaco. Por ello, el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (Cipca) trabaja con las comunidades para que adapten su vida y producción a los cambios climáticos, a través de la implementación de varios proyectos.
Hasta el año pasado, Ángel Herrera sólo había plantado maíz y frijol, al igual que lo habían hecho sus padres y sus abuelos antes que él. “Comencé a trabajar la tierra desde muy pequeño, tendría seis años cuando planté algo por primera vez y lo cuidé hasta que nació”, rememora este chaqueño-guaraní de 52 años. Mientras habla, el sol se está levantando a sus espaldas; un grupo de agricultores ya lleva varias horas trabajando la tierra. El sudor delata el duro trabajo que realizan cotidianamente en estas tierras.
Un alambre de púas protege el huerto que Herrera cuida día a día. Cuenta con una parcela de hectárea y media y un sistema de riego por goteo y aspersión recientemente implementado. “Son los propios agricultores quienes han solicitado las nuevas implementaciones. La comunidad de Igmiri siempre se ha caracterizado por los monocultivos, pero hoy los productores están conociendo la siembra de las frutas y las hortalizas en la región, lo que beneficia y varía su alimentación”, explica Wilson Cortez, uno de los técnicos de Cipca que trabaja en Igmiri.
Cuando Herrera intentó vender una de sus primeras cosechas de cebollas en el mercado de la comunidad, las amas de casa no la aceptaron en principio. “Dijeron que eran demasiado grandes para el consumo familiar. No estaban acostumbradas a ver algo así, ni sabían que esto más bien era algo positivo”, relata.
La vida en la comunidad
Son apenas las nueve de la mañana y ya hay varios niños correteando entre la vegetación. Son los hijos de Celso Herrera, que en ocasiones le ayudan a trabajar su parcela. Este cruceño vivió durante un tiempo en la ciudad capital, hasta que se dio cuenta de que su verdadero lugar estaba en su comunidad. Hoy es uno de los agricultores más activos. “Todas las mañanas me levanto para venir a trabajar, es muy vigorizante, además que me gusta mucho el trabajo que realizo”, explica con su camisa sudada, su gorra en la cabeza, y sus pimientos y cebollas en las manos. Ha llegado para controlar y revisar el trabajo de sus jóvenes capataces.
Las mujeres de Ipitacuape también están plantando sus propios huertos familiares en la parte trasera de sus hogares. Acaban de comenzar la siembra, por lo que sus terrenos apenas son tierras arenosas protegidas por una cerca. Sin embargo, ya se perciben los primeros brotes de sávila y las hojas de los plataneros. “El año pasado lo perdimos todo por la sequía, por eso este año intentamos nuevas opciones para no quedarnos sin nada”, explica Carolina Aricano. Esta madre de tres hijos lamenta la situación en que se encuentra su comunidad. “Hay muy pocos hombres, somos muchas más las mujeres, porque ellos se van a conseguir trabajos a las ciudades ya que la sequía en esta zona es muy dura”. A su alrededor se puede ver un coro de mujeres que asienten con la cabeza. Mientras tanto, los niños han entrado en el huerto y juegan sobre un tronco de árbol derribado en el suelo.
Ipitacuape —que significa “quédate aquí”, en guaraní— está conformada por 43 familias. No existe ganadería, sí algunos animales para consumo familiar como ser gallinas o alguna vaca. Tampoco hay trabajo en agricultura, más allá de los recién implementados huertos familiares. Las duras condiciones climatológicas han hecho que los hombres y los jóvenes emigren a las ciudades en busca de una vida mejor, por lo que la comunidad parece un poco abandonada.
El día de la visita periodística ha muerto una vaca que había sido arrollada por el tren que cruza la región. El sol se pone con lentitud en el horizonte mientras los comunarios despedazan de forma lenta, pero confiada, los miembros del animal. La carne llega antes de lo previsto, pero no por ello va a ser desperdiciada. Las mujeres alrededor del animal intentan evitar que los niños, siempre curiosos, se acerquen demasiado al trabajo.
Luego marchan para controlar las 20 cajas de abejas melíferas que cuidan desde hace años y de las que extraen miel. “El producto que nosotras vendemos surge gracias a las flores silvestres del Chaco, como el algarrobo o el soto, que son la mejor planta para la miel de nuestras abejas”, explica Adriana Romero. Esta mujer de 51 años ha participado de todos los proyectos que se han implementado en su comunidad. “Han sido muy pocos a lo largo de los años, parece que nos hubieran olvidado. Esperemos que ahora con las abejas y los huertos familiares podamos salir adelante”.
Para conseguir las diferentes alternativas, todos los comunarios que participan de esta alternativa fueron en busca de colmenas salvajes por los alrededores. “Los hombres derribaban el árbol donde sabíamos que había una colmena. Así se extraía la miel al principio, cuando no sabíamos, y claro, acabábamos con los árboles. Ahora hemos aprendido a detectar a la reina; le cortamos las alas, las ponemos en las cajas y así comenzamos nuestras cosechas”, explica Romero. En un pequeño recinto alejado del pueblo se encuentran la veintena de cajas blancas que contienen las colmenas.
Una vez recogida la miel y envasada a granel, las mujeres la venden por galones en las distintas comunidades del área.
Las 90+1 ovejas de Los Bordos
Dicen que la miel de las abejas “señoritas” es buena para curar enfermedades oftalmológicas, un hecho que las mujeres de Los Bordos, en el norte del municipio charagüeño, están a punto de averiguar. Ellas acaban de comenzar su propio proyecto con estas abejas nativas del área. “Recién tenemos las cajitas, pero todavía no hemos podido cosechar la miel.Faltan apenas dos días para la fiesta del pueblo y la comunidad se ha reunido bajo un cobertizo de madera abierto para planificar las actividades que realizarán para tan importante evento. Sacrificar a una de las ovejas de pelo que las mujeres cuidan con esmero es una de las tareas que no saben si llegarán a realizar.
Una decena de mujeres comenzaron su rebaño con 30 hembras y dos machos reproductores, y hoy tienen más de 90 ejemplares. “Vendemos su carne a 15 bolivianos el kilo”, explica Josefina Tejerina. Las ovejas de pelo son tranquilas y pacíficas, un hecho que beneficia a estas mujeres que no pueden dedicarse las 24 horas del día a pastorear ovejas porque tienen familias de las que ocuparse.
Cada día, a las 10.00, las mujeres, cada una con su pequeño núcleo de ovejas, deja salir a pastar los animalitos a campo abierto. “En época de lluvias, las protegemos para que no se vayan o no se pierdan por el campo, pero tenemos dos hectáreas de pasto sembrado por el que ellas pueden corretear tranquilas. Alrededor de las 14.00 las recogemos otra vez al corral”, explica. Los Bordos ha tenido problemas en las épocas de sequía para mantener el ganado y los cultivos a salvo de la sequedad. Ahora están participando de estas nuevas implementaciones junto con Cipca, para superar cada año las inclemencias y caprichos del tiempo.
Cosecha de agua en Itatiki
Itatiki sufre cada año de falta de agua para el ganado, es una de las comunidades más afectadas por este motivo. Con la ayuda y colaboración de Cipca, acaban de instalar un dispositivo que les permite aprovechar las épocas de lluvia. “La geomembrana recoge hasta 20.000 litros de agua, que luego soltamos para dar de beber a los animales, pues no es potable para los seres humanos. Es la única comunidad que posee esta geomembrana en todas las comunidades guaraníes de Charagua”, explica Erlan Romero Salvatierra, uno de los participantes del proyecto ganadero. Aún no tienen los animales, pero están a punto de recibirlos y los esperan con mucha ilusión.
Itatiki es una comunidad a 75 kilómetros al sur de Charagua. Formada por 32 familias, no disponen de agua potable o electricidad. Además, se ve muy afectada durante las sequías, porque no se pueden excavar los pozos necesarios para abastecer el área. “El problema es que se perforaron pozos muy superficiales y la comunidad está en altura y habría que buscar más profundo para encontrar el agua necesaria”, explica el ganadero de 36 años, mientras comprueba que la geomembrana esté en perfectas condiciones.
Erlan se dirige a una casa de paredes de adobe. Allí vive Arminda Castillo, la presidenta del grupo de mujeres de Itatiki. Está en la puerta mientras sus hijos juegan en el patio. “Somos siete mujeres las que nos dedicamos a extraer miel de abejas melíferas, y a crear champúes de sávila (aloe vera). Recientemente nos hemos preparado para extraer miel de las señoritas (abejas meliponas, sin aguijón)”, comienza a explicar la flamante productora.
“Dicen que esa miel (de las señoritas) es buena para hacer remedios y para mejorar la vista”, acota Arminda. Apunta que aún no han podido cosecharlas, porque hubo una helada en agosto que mató a las abejas. Sin embargo, se están preparando para experimentar el próximo año.
Las tardes de los fines de semana, las siete mujeres se afanan en una pequeña casa de paredes blancas para producir sus productos anticaspa. “Primero dejamos secar la sávila (aloe vera) —relata Roxana Cochegua—, un día antes a que nos pongamos a fabricar los champúes. Luego machacamos las hojas para sacar las propiedades beneficiosas y mezclamos eso con agua destilada hasta que quede líquido. Los productos para conservar el champú los mezclamos aparte. Luego lo juntamos todo, dejamos que repose durante una hora y lo embotellamos”, finaliza la comunaria de 30 años, mientras su hija intenta llamar la atención.
“Vinieron a capacitarnos desde la Prefectura de Santa Cruz en el 2007, pero entonces no teníamos como ahora los frascos donde poner nuestro producto”, añade Janett Medina. Todo lo hacen a mano porque no hay corriente eléctrica que haga funcionar los aparatos requeridos para esta labor. “Lo intentamos también con un motor, pero nos quedábamos sin gasolina —ríe—, así que lo mejor es que nosotras lo hagamos a mano”.
Cuando el sol calienta mucho para estar dentro de la casa donde se reúnen, las mujeres deciden salir al porche que está a la sombra y una ligera brisa refresca el trabajo. Los niños gritan y se persiguen en la polvorienta carretera. La sequedad del ambiente hace dudar que haya llovido en días. Las mujeres terminan de preparar los 10 litros semanales. Las botellas, apiladas en el cuarto cerrado, ya tienen las etiquetas verdes pegadas; al otro lado, los botes ya preparados. “Luego, dentro del mismo municipio vendemos cada frasco de 500 mililitros por 10 bolivianos. No lleva nada de químicos, es todo muy natural. Y es un champú anticaspa muy bueno que además previene la caída del cabello. Y de fragancia un poco salada, aunque la sávila ya es fraganciosa”, explica la presidenta Castillo, mientras intenta calmar a uno de sus cuatro hijos.
Estas productoras antes se reunían en torno a un horno, para hacer pan y bollería variada. “Hubo que dejarlo porque llevaba tiempo, y no era muy rentable para nosotras. Recién este año hemos empezado con el champú de sávila, y esperamos poder implementar algo de nuestra miel para productos capilares”.
La radio anuncia que la época de lluvias está por comenzar en el municipio chaqueño, una noticia que los comunarios han recibido con alegría. Don Ángel Herrera verá sus cebollas y zapallos crecer, la comunidad de Ipitacuape logrará que sus frutas y verduras crezcan en el patio trasero de sus casas. Y, ¿quién sabe?, tal vez el próximo año, cuando llegue la sequía, estas poblaciones no lo pierdan todo junto con sus cosechas.
Texto: Cristina C. Ugidos Fotos: Pedro Laguna
Enlace : http://www.la-razon.com/version_es.php?ArticleId=386&EditionId=2390&ids=63
Ángel Herrera es uno de los combatientes que ha salido victorioso en esta batalla. Orgulloso, este agricultor muestra una de las primeras sandías que ha nacido en Charagua. “No sabíamos si podíamos cultivar todo tipo de frutas, porque lo habíamos intentado primero con la piña, pero no funcionó. Sin embargo, el descubrir que la sandía puede crecer de forma tan increíble, en los apenas tres meses que hemos plantado la semilla, es todo un descubrimiento del que nos sentimos especialmente vanidosos”, dice. Y para festejar este acontecimiento, Herrera parte la sandía y un chorro de jugo rojizo cae sobre la tierra. Es el complemento perfecto para una calurosa mañana de trabajo.
El municipio de Charagua es uno de los más extensos de Bolivia. Y cada año es uno de los más afectados por las inclemencias naturales que sacuden el Chaco. Por ello, el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (Cipca) trabaja con las comunidades para que adapten su vida y producción a los cambios climáticos, a través de la implementación de varios proyectos.

Hasta el año pasado, Ángel Herrera sólo había plantado maíz y frijol, al igual que lo habían hecho sus padres y sus abuelos antes que él. “Comencé a trabajar la tierra desde muy pequeño, tendría seis años cuando planté algo por primera vez y lo cuidé hasta que nació”, rememora este chaqueño-guaraní de 52 años. Mientras habla, el sol se está levantando a sus espaldas; un grupo de agricultores ya lleva varias horas trabajando la tierra. El sudor delata el duro trabajo que realizan cotidianamente en estas tierras.
Un alambre de púas protege el huerto que Herrera cuida día a día. Cuenta con una parcela de hectárea y media y un sistema de riego por goteo y aspersión recientemente implementado. “Son los propios agricultores quienes han solicitado las nuevas implementaciones. La comunidad de Igmiri siempre se ha caracterizado por los monocultivos, pero hoy los productores están conociendo la siembra de las frutas y las hortalizas en la región, lo que beneficia y varía su alimentación”, explica Wilson Cortez, uno de los técnicos de Cipca que trabaja en Igmiri.
Cuando Herrera intentó vender una de sus primeras cosechas de cebollas en el mercado de la comunidad, las amas de casa no la aceptaron en principio. “Dijeron que eran demasiado grandes para el consumo familiar. No estaban acostumbradas a ver algo así, ni sabían que esto más bien era algo positivo”, relata.
La vida en la comunidad
Son apenas las nueve de la mañana y ya hay varios niños correteando entre la vegetación. Son los hijos de Celso Herrera, que en ocasiones le ayudan a trabajar su parcela. Este cruceño vivió durante un tiempo en la ciudad capital, hasta que se dio cuenta de que su verdadero lugar estaba en su comunidad. Hoy es uno de los agricultores más activos. “Todas las mañanas me levanto para venir a trabajar, es muy vigorizante, además que me gusta mucho el trabajo que realizo”, explica con su camisa sudada, su gorra en la cabeza, y sus pimientos y cebollas en las manos. Ha llegado para controlar y revisar el trabajo de sus jóvenes capataces.
Las mujeres de Ipitacuape también están plantando sus propios huertos familiares en la parte trasera de sus hogares. Acaban de comenzar la siembra, por lo que sus terrenos apenas son tierras arenosas protegidas por una cerca. Sin embargo, ya se perciben los primeros brotes de sávila y las hojas de los plataneros. “El año pasado lo perdimos todo por la sequía, por eso este año intentamos nuevas opciones para no quedarnos sin nada”, explica Carolina Aricano. Esta madre de tres hijos lamenta la situación en que se encuentra su comunidad. “Hay muy pocos hombres, somos muchas más las mujeres, porque ellos se van a conseguir trabajos a las ciudades ya que la sequía en esta zona es muy dura”. A su alrededor se puede ver un coro de mujeres que asienten con la cabeza. Mientras tanto, los niños han entrado en el huerto y juegan sobre un tronco de árbol derribado en el suelo.

Ipitacuape —que significa “quédate aquí”, en guaraní— está conformada por 43 familias. No existe ganadería, sí algunos animales para consumo familiar como ser gallinas o alguna vaca. Tampoco hay trabajo en agricultura, más allá de los recién implementados huertos familiares. Las duras condiciones climatológicas han hecho que los hombres y los jóvenes emigren a las ciudades en busca de una vida mejor, por lo que la comunidad parece un poco abandonada.
El día de la visita periodística ha muerto una vaca que había sido arrollada por el tren que cruza la región. El sol se pone con lentitud en el horizonte mientras los comunarios despedazan de forma lenta, pero confiada, los miembros del animal. La carne llega antes de lo previsto, pero no por ello va a ser desperdiciada. Las mujeres alrededor del animal intentan evitar que los niños, siempre curiosos, se acerquen demasiado al trabajo.
Luego marchan para controlar las 20 cajas de abejas melíferas que cuidan desde hace años y de las que extraen miel. “El producto que nosotras vendemos surge gracias a las flores silvestres del Chaco, como el algarrobo o el soto, que son la mejor planta para la miel de nuestras abejas”, explica Adriana Romero. Esta mujer de 51 años ha participado de todos los proyectos que se han implementado en su comunidad. “Han sido muy pocos a lo largo de los años, parece que nos hubieran olvidado. Esperemos que ahora con las abejas y los huertos familiares podamos salir adelante”.
Para conseguir las diferentes alternativas, todos los comunarios que participan de esta alternativa fueron en busca de colmenas salvajes por los alrededores. “Los hombres derribaban el árbol donde sabíamos que había una colmena. Así se extraía la miel al principio, cuando no sabíamos, y claro, acabábamos con los árboles. Ahora hemos aprendido a detectar a la reina; le cortamos las alas, las ponemos en las cajas y así comenzamos nuestras cosechas”, explica Romero. En un pequeño recinto alejado del pueblo se encuentran la veintena de cajas blancas que contienen las colmenas.
Una vez recogida la miel y envasada a granel, las mujeres la venden por galones en las distintas comunidades del área.
Las 90+1 ovejas de Los Bordos
Dicen que la miel de las abejas “señoritas” es buena para curar enfermedades oftalmológicas, un hecho que las mujeres de Los Bordos, en el norte del municipio charagüeño, están a punto de averiguar. Ellas acaban de comenzar su propio proyecto con estas abejas nativas del área. “Recién tenemos las cajitas, pero todavía no hemos podido cosechar la miel.Faltan apenas dos días para la fiesta del pueblo y la comunidad se ha reunido bajo un cobertizo de madera abierto para planificar las actividades que realizarán para tan importante evento. Sacrificar a una de las ovejas de pelo que las mujeres cuidan con esmero es una de las tareas que no saben si llegarán a realizar.
Una decena de mujeres comenzaron su rebaño con 30 hembras y dos machos reproductores, y hoy tienen más de 90 ejemplares. “Vendemos su carne a 15 bolivianos el kilo”, explica Josefina Tejerina. Las ovejas de pelo son tranquilas y pacíficas, un hecho que beneficia a estas mujeres que no pueden dedicarse las 24 horas del día a pastorear ovejas porque tienen familias de las que ocuparse.
Cada día, a las 10.00, las mujeres, cada una con su pequeño núcleo de ovejas, deja salir a pastar los animalitos a campo abierto. “En época de lluvias, las protegemos para que no se vayan o no se pierdan por el campo, pero tenemos dos hectáreas de pasto sembrado por el que ellas pueden corretear tranquilas. Alrededor de las 14.00 las recogemos otra vez al corral”, explica. Los Bordos ha tenido problemas en las épocas de sequía para mantener el ganado y los cultivos a salvo de la sequedad. Ahora están participando de estas nuevas implementaciones junto con Cipca, para superar cada año las inclemencias y caprichos del tiempo.
Cosecha de agua en Itatiki
Itatiki sufre cada año de falta de agua para el ganado, es una de las comunidades más afectadas por este motivo. Con la ayuda y colaboración de Cipca, acaban de instalar un dispositivo que les permite aprovechar las épocas de lluvia. “La geomembrana recoge hasta 20.000 litros de agua, que luego soltamos para dar de beber a los animales, pues no es potable para los seres humanos. Es la única comunidad que posee esta geomembrana en todas las comunidades guaraníes de Charagua”, explica Erlan Romero Salvatierra, uno de los participantes del proyecto ganadero. Aún no tienen los animales, pero están a punto de recibirlos y los esperan con mucha ilusión.
Itatiki es una comunidad a 75 kilómetros al sur de Charagua. Formada por 32 familias, no disponen de agua potable o electricidad. Además, se ve muy afectada durante las sequías, porque no se pueden excavar los pozos necesarios para abastecer el área. “El problema es que se perforaron pozos muy superficiales y la comunidad está en altura y habría que buscar más profundo para encontrar el agua necesaria”, explica el ganadero de 36 años, mientras comprueba que la geomembrana esté en perfectas condiciones.
Erlan se dirige a una casa de paredes de adobe. Allí vive Arminda Castillo, la presidenta del grupo de mujeres de Itatiki. Está en la puerta mientras sus hijos juegan en el patio. “Somos siete mujeres las que nos dedicamos a extraer miel de abejas melíferas, y a crear champúes de sávila (aloe vera). Recientemente nos hemos preparado para extraer miel de las señoritas (abejas meliponas, sin aguijón)”, comienza a explicar la flamante productora.
“Dicen que esa miel (de las señoritas) es buena para hacer remedios y para mejorar la vista”, acota Arminda. Apunta que aún no han podido cosecharlas, porque hubo una helada en agosto que mató a las abejas. Sin embargo, se están preparando para experimentar el próximo año.
Las tardes de los fines de semana, las siete mujeres se afanan en una pequeña casa de paredes blancas para producir sus productos anticaspa. “Primero dejamos secar la sávila (aloe vera) —relata Roxana Cochegua—, un día antes a que nos pongamos a fabricar los champúes. Luego machacamos las hojas para sacar las propiedades beneficiosas y mezclamos eso con agua destilada hasta que quede líquido. Los productos para conservar el champú los mezclamos aparte. Luego lo juntamos todo, dejamos que repose durante una hora y lo embotellamos”, finaliza la comunaria de 30 años, mientras su hija intenta llamar la atención.
“Vinieron a capacitarnos desde la Prefectura de Santa Cruz en el 2007, pero entonces no teníamos como ahora los frascos donde poner nuestro producto”, añade Janett Medina. Todo lo hacen a mano porque no hay corriente eléctrica que haga funcionar los aparatos requeridos para esta labor. “Lo intentamos también con un motor, pero nos quedábamos sin gasolina —ríe—, así que lo mejor es que nosotras lo hagamos a mano”.
Cuando el sol calienta mucho para estar dentro de la casa donde se reúnen, las mujeres deciden salir al porche que está a la sombra y una ligera brisa refresca el trabajo. Los niños gritan y se persiguen en la polvorienta carretera. La sequedad del ambiente hace dudar que haya llovido en días. Las mujeres terminan de preparar los 10 litros semanales. Las botellas, apiladas en el cuarto cerrado, ya tienen las etiquetas verdes pegadas; al otro lado, los botes ya preparados. “Luego, dentro del mismo municipio vendemos cada frasco de 500 mililitros por 10 bolivianos. No lleva nada de químicos, es todo muy natural. Y es un champú anticaspa muy bueno que además previene la caída del cabello. Y de fragancia un poco salada, aunque la sávila ya es fraganciosa”, explica la presidenta Castillo, mientras intenta calmar a uno de sus cuatro hijos.
Estas productoras antes se reunían en torno a un horno, para hacer pan y bollería variada. “Hubo que dejarlo porque llevaba tiempo, y no era muy rentable para nosotras. Recién este año hemos empezado con el champú de sávila, y esperamos poder implementar algo de nuestra miel para productos capilares”.
La radio anuncia que la época de lluvias está por comenzar en el municipio chaqueño, una noticia que los comunarios han recibido con alegría. Don Ángel Herrera verá sus cebollas y zapallos crecer, la comunidad de Ipitacuape logrará que sus frutas y verduras crezcan en el patio trasero de sus casas. Y, ¿quién sabe?, tal vez el próximo año, cuando llegue la sequía, estas poblaciones no lo pierdan todo junto con sus cosechas.
Texto: Cristina C. Ugidos Fotos: Pedro Laguna
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