Tres bellas y gráciles damas viven en Bella Vista. “Nacen lindas y de jóvenes se hacen más hermosas todavía”, suspira Víctor Solano Alcócer (48 años), uno de los 86 floricultores que consiente hasta el más mínimo capricho de Rosa, Clavel y Lisianthu.
En este pueblo, a 22 kilómetros del municipio de Quillacollo, Cochabamba, y a 2.780 metros sobre el nivel del mar se encuentra el paraíso de las flores. Un sitio protegido por el nevado del Tunari, donde la fragancia a rosales flota en el aire y su tierra bendecida por las aguas termales de Liriuni conforma el terreno fértil para las plantas. “Nuestras rosas pueden tener 80 pétalos y vivir 10 días; y los lisandrus (lisianthus) hasta 30 días”, agrega Solano Alcócer, socio de la Asociación de Productores Integrales de Agropecuaria y Ecología K\'acha T\'ika (Bella flor en español).
Son sus damas —aquellas de los pétalos naranjas, amarillos, blancos, lilas, chocolates y rojos— las que dan la cara por el pueblo de cerca de tres mil habitantes, donde la Asociación trabaja con el apoyo de la Fundación Valles y el financiamiento de Usaid. El proyecto alista ya su primer envío de flores bolivianas al mercado español.
Lisianthu, la flor del regreso
El 2006, la empresa de conexión a gas domiciliario donde Víctor Riveros trabajaba cerró. La situación se hizo insostenible al punto de que su esposa, Rosmery Tudela Vargas (38), decidió viajar a Madrid, España, para probar suerte. “Decían que allí se gana bien”, recuerda la madre de tres hijos.
Al poco tiempo, Víctor le dio alcance. “Aún teníamos la esperanza de que la empresa se reabra para volver al país, pero nada de eso sucedió”, cuenta Rosmery. Dos años después, hasta Europa llegaron las noticias del éxito que algunos de los familiares de la pareja habían obtenido con la floricultura. “Nosotros teníamos terrenos en Bella Vista que los usábamos para sembrar maíz, cebolla y papa; pero eso sí, nunca habíamos probado con rosas...”.
En Cochabamba, sus suegros Genaro y Herminia no perdieron tiempo: armaron los viveros y para febrero todo estaba listo para que Rosmery vuelva a Bolivia. “Regresé el 1 de febrero de este año y empecé de cero. No sabía cómo se sembraba el lisianthu, pero aprendí rápido”, expone mientras poda uno de color rosado, de la serie mariachi de tres hileras de pétalos, el más preciado por tener flores grandes. “El que tiene menos hojas es de la serie Heidi”, enseña con una sonrisa.
A dos metros, unos amarillos brillan. “Sembramos las semillas de los lisianthus y a los tres meses plantamos sus troncos”, explica al referirse al Eustoma grandiflorum, el nombre científico de la flor.
Los blancos son los preferidos para los matrimonios y otros eventos. De hecho, una gran parte de estos productos es enviada a Santa Cruz, que seguido por La Paz y Cochabamba, es el principal consumidor de K’acha T’ika.
Los cruceños eligen los lisianthu por su conservación, ya que estas flores pueden vivir hasta un mes entero en las macetas. “Son longevas”, ratifica Rosmery. El tallo mide entre 40 y 50 centímetros de largo, en cuyo extremo aparecen las flores, que alcanzan nueve centímetros de diámetro.
“En la vida hay que arriesgarse. Ahora mis cultivos crecen en Bella Vista y estoy preparando otro terreno más”, confía la floricultura que no pretende volver a la capital española. “Uno de mis objetivos es que conozcan mis lisandrus fuera de Bolivia y que sepan que pueden vivir 30 días”.
Clavel, el joven de cuidado
Hace 10 años, Víctor Solano Alcócer trabajaba en el Servicio Nacional de Caminos. Sus días eran largos, cargaba un pesado equipo junto al topógrafo y por lo general almorzaba a la vera de la carretera. Después de 12 meses, Víctor se cansó de esa paga mensual de 300 bolivianos.
Renunció en el 2000 y comenzó su tarea en una empresa de flores. Al año ya llevaba claveles a La Paz. “Compraba del dueño y los transportaba en cajas. Vi que era un buen negocio”, reseña al referirse al Dianthus caryophyllus, el apelativo científico del clavel.
Para entonces, Víctor había madurado la idea de formar su propio negocio y para ello convocó a su hermano Tomás. Los Solano necesitaban unos 35 mil dólares para empezar e hipotecaron su casa y dos terrenos. “Elegimos plantar claveles y trabajábamos día y noche. Trajimos desde España los tallos y comenzamos a enraizarlos”.
Y es que ningún cuidado está por demás con estos jóvenes. “Son bien delicados y durante el primer mes hay que regarlos cada 12 minutos por cinco minutos, de manera ininterrumpida”, enseña y acaricia, como un padre a su hijo, a un clavel de la serie Madame Augier color naranja. Otras variedades son: el domingo rojo intenso, de tallo largo grueso y coposa cabeza; y el báltico blanco, el más popular en el mercado.
Después del enraizamiento, que se hace en septiembre, en noviembre se efectúa el plantado y a los seis meses los claveles florecen en los 15 invernaderos de K’acha T’ika. Todo para que el 27 de mayo —el Día de la Madre— la producción logre su mayor pico.
En tres años, no dejan de brotar hasta que “se cansan” y ese es el momento de cambiarlos por nuevos tallos que se importan de España. La producción de claveles es mayor respecto a las rosas, aunque su precio es menor: un paquete de 25 tallos de rosa cuesta 50 bolivianos y 25, el de clavel.
Solano Alcócer es hoy su propio jefe —no depende del topógrafo ni tampoco del dueño de una floricultora— y es uno de los principales productores de claveles en los seis mil metros cuadrados de cultivos que comparte con su hermano Tomás en la comunidad quillacolleña.
Rosas, pétalos de la esperanza
Carla Elena Mamani Chura no conoce Eterazama, la tierra de sus padres. Ellos se fueron a Bella Vista hace 26 años, los mismos que la joven tiene, por un problema de salud que su progenitor, Simón, adquirió en el Chapare.
Hace tres años falleció don Simón y al frente de la familia quedaron su madre, Damiana, y Carla, la segunda de cinco hijas y un varón. La joven, que además es enfermera, creció con la tristeza de ver a su papá enfermo, con las dificultades económicas en el hogar y con el sueño de tener su propia florería. “Siempre quería ayudar a mi familia, por eso trabajaba en una floricultora por la mañana y por la tarde iba al colegio, así anduve durante dos años hasta salir bachiller”.
Para el 2002, Mamani Chura conocía mucho sobre flores, pero no todo, por el sigilo con el que ingenieros y dueños de cultivos guardaban sus secretos.
Aquello no fue un obstáculo para Carla; sin embargo, cuando oyó que se necesitaban al menos unos 15 mil dólares para montar un vivero, el desaliento la invadió. No se rindió. Al poco tiempo sus padrinos le ayudaron y luego logró un préstamo de una financiera. “Junto a mis hermanas y mi madre comenzamos con 800 metros cuadrados. Después nos capacitaron y así ampliamos los cultivos. Ahora tenemos tres mil metros”, evidencia Carla que cambió la plantación de papas y cebollas, por rosas.
Los invernaderos de la joven cochabambina producen una amplia variedad de rosas y entre ellas destaca la roja clásica o sangre de toro, con tallo largo y botón grande. La naranja o tropical es la más apetecida en Santa Cruz por su tallo corto; mientras que la leónidas o chocolate (por su color café) brilla por su exotismo al lado de la blanca o virginia, que fue introducida y que dio buenos resultados en Bella Vista. “Nuestras rosas pueden durar hasta 10 días, no como las ecuatorianas y colombianas que al tercer día se voltean”, asegura Carla para quien Bolivia tiene un gran potencial en la floricultura.
Ante viento, helada y granizo
En cuatro años de vida de K’acha T’ika, sus socios combatieron a las tormentas con rompe vientos; al granizo, con techos de plástico más fuertes y al frío, resguardando sus cultivos con calor; pero nada pudieron hacer ante el cierre de Lloyd Aéreo Boliviano —que llevaba sus productos a la Argentina—, el contrabando de flores y la cancelación del beneficio arancelario del ATPDEA con Estados Unidos, que obstruyó el ingreso a ese mercado. Pese a ello, Flor bella capeó la crisis y sus capullos se abren ante la opción de conquistar España desde este mes con un primer envío.
Además, la variedad de flores en K’acha T’ika se amplió a gerberas, aves de paraíso, gladiolos, crisantemos y liliums que presentan un abanico de opciones. Actualmente, los floricultores de la zona producen 1.500 paquetes de variadas especies. Las rosas orgánicas de hasta 90 pétalos son las cartas de presentación de Bella Vista, donde quedan pocas casas sin su propio invernadero.
Víctor Riveros, el esposo de Rosmery Tudela, anunció su retorno desde Madrid para fines de agosto; en tanto que Carla Mamani ya busca el nombre para instalar su propia florería. Todo, gracias a las damas mimadas de la asociación K’acha T’ika que no ocultan sus secretos, como resume el ex trabajador del Servicio Nacional de Caminos, Víctor Solano: “Si tratas con cariño a las flores no se harán q’illi (no se harán rogar)… tardarán un poquito, pero eso sí, después te regalarán sus rosas, sus clavelitos y sus lisandrus”.
Fuente : http://www.la-razon.com/versiones/20090816_006821/nota_277_861874.htm
En este pueblo, a 22 kilómetros del municipio de Quillacollo, Cochabamba, y a 2.780 metros sobre el nivel del mar se encuentra el paraíso de las flores. Un sitio protegido por el nevado del Tunari, donde la fragancia a rosales flota en el aire y su tierra bendecida por las aguas termales de Liriuni conforma el terreno fértil para las plantas. “Nuestras rosas pueden tener 80 pétalos y vivir 10 días; y los lisandrus (lisianthus) hasta 30 días”, agrega Solano Alcócer, socio de la Asociación de Productores Integrales de Agropecuaria y Ecología K\'acha T\'ika (Bella flor en español).
Son sus damas —aquellas de los pétalos naranjas, amarillos, blancos, lilas, chocolates y rojos— las que dan la cara por el pueblo de cerca de tres mil habitantes, donde la Asociación trabaja con el apoyo de la Fundación Valles y el financiamiento de Usaid. El proyecto alista ya su primer envío de flores bolivianas al mercado español.
Lisianthu, la flor del regreso
El 2006, la empresa de conexión a gas domiciliario donde Víctor Riveros trabajaba cerró. La situación se hizo insostenible al punto de que su esposa, Rosmery Tudela Vargas (38), decidió viajar a Madrid, España, para probar suerte. “Decían que allí se gana bien”, recuerda la madre de tres hijos.
Al poco tiempo, Víctor le dio alcance. “Aún teníamos la esperanza de que la empresa se reabra para volver al país, pero nada de eso sucedió”, cuenta Rosmery. Dos años después, hasta Europa llegaron las noticias del éxito que algunos de los familiares de la pareja habían obtenido con la floricultura. “Nosotros teníamos terrenos en Bella Vista que los usábamos para sembrar maíz, cebolla y papa; pero eso sí, nunca habíamos probado con rosas...”.
En Cochabamba, sus suegros Genaro y Herminia no perdieron tiempo: armaron los viveros y para febrero todo estaba listo para que Rosmery vuelva a Bolivia. “Regresé el 1 de febrero de este año y empecé de cero. No sabía cómo se sembraba el lisianthu, pero aprendí rápido”, expone mientras poda uno de color rosado, de la serie mariachi de tres hileras de pétalos, el más preciado por tener flores grandes. “El que tiene menos hojas es de la serie Heidi”, enseña con una sonrisa.
A dos metros, unos amarillos brillan. “Sembramos las semillas de los lisianthus y a los tres meses plantamos sus troncos”, explica al referirse al Eustoma grandiflorum, el nombre científico de la flor.
Los blancos son los preferidos para los matrimonios y otros eventos. De hecho, una gran parte de estos productos es enviada a Santa Cruz, que seguido por La Paz y Cochabamba, es el principal consumidor de K’acha T’ika.
Los cruceños eligen los lisianthu por su conservación, ya que estas flores pueden vivir hasta un mes entero en las macetas. “Son longevas”, ratifica Rosmery. El tallo mide entre 40 y 50 centímetros de largo, en cuyo extremo aparecen las flores, que alcanzan nueve centímetros de diámetro.
“En la vida hay que arriesgarse. Ahora mis cultivos crecen en Bella Vista y estoy preparando otro terreno más”, confía la floricultura que no pretende volver a la capital española. “Uno de mis objetivos es que conozcan mis lisandrus fuera de Bolivia y que sepan que pueden vivir 30 días”.
Clavel, el joven de cuidado
Hace 10 años, Víctor Solano Alcócer trabajaba en el Servicio Nacional de Caminos. Sus días eran largos, cargaba un pesado equipo junto al topógrafo y por lo general almorzaba a la vera de la carretera. Después de 12 meses, Víctor se cansó de esa paga mensual de 300 bolivianos.
Renunció en el 2000 y comenzó su tarea en una empresa de flores. Al año ya llevaba claveles a La Paz. “Compraba del dueño y los transportaba en cajas. Vi que era un buen negocio”, reseña al referirse al Dianthus caryophyllus, el apelativo científico del clavel.
Para entonces, Víctor había madurado la idea de formar su propio negocio y para ello convocó a su hermano Tomás. Los Solano necesitaban unos 35 mil dólares para empezar e hipotecaron su casa y dos terrenos. “Elegimos plantar claveles y trabajábamos día y noche. Trajimos desde España los tallos y comenzamos a enraizarlos”.
Y es que ningún cuidado está por demás con estos jóvenes. “Son bien delicados y durante el primer mes hay que regarlos cada 12 minutos por cinco minutos, de manera ininterrumpida”, enseña y acaricia, como un padre a su hijo, a un clavel de la serie Madame Augier color naranja. Otras variedades son: el domingo rojo intenso, de tallo largo grueso y coposa cabeza; y el báltico blanco, el más popular en el mercado.
Después del enraizamiento, que se hace en septiembre, en noviembre se efectúa el plantado y a los seis meses los claveles florecen en los 15 invernaderos de K’acha T’ika. Todo para que el 27 de mayo —el Día de la Madre— la producción logre su mayor pico.
En tres años, no dejan de brotar hasta que “se cansan” y ese es el momento de cambiarlos por nuevos tallos que se importan de España. La producción de claveles es mayor respecto a las rosas, aunque su precio es menor: un paquete de 25 tallos de rosa cuesta 50 bolivianos y 25, el de clavel.
Solano Alcócer es hoy su propio jefe —no depende del topógrafo ni tampoco del dueño de una floricultora— y es uno de los principales productores de claveles en los seis mil metros cuadrados de cultivos que comparte con su hermano Tomás en la comunidad quillacolleña.
Rosas, pétalos de la esperanza
Carla Elena Mamani Chura no conoce Eterazama, la tierra de sus padres. Ellos se fueron a Bella Vista hace 26 años, los mismos que la joven tiene, por un problema de salud que su progenitor, Simón, adquirió en el Chapare.
Hace tres años falleció don Simón y al frente de la familia quedaron su madre, Damiana, y Carla, la segunda de cinco hijas y un varón. La joven, que además es enfermera, creció con la tristeza de ver a su papá enfermo, con las dificultades económicas en el hogar y con el sueño de tener su propia florería. “Siempre quería ayudar a mi familia, por eso trabajaba en una floricultora por la mañana y por la tarde iba al colegio, así anduve durante dos años hasta salir bachiller”.
Para el 2002, Mamani Chura conocía mucho sobre flores, pero no todo, por el sigilo con el que ingenieros y dueños de cultivos guardaban sus secretos.
Aquello no fue un obstáculo para Carla; sin embargo, cuando oyó que se necesitaban al menos unos 15 mil dólares para montar un vivero, el desaliento la invadió. No se rindió. Al poco tiempo sus padrinos le ayudaron y luego logró un préstamo de una financiera. “Junto a mis hermanas y mi madre comenzamos con 800 metros cuadrados. Después nos capacitaron y así ampliamos los cultivos. Ahora tenemos tres mil metros”, evidencia Carla que cambió la plantación de papas y cebollas, por rosas.
Los invernaderos de la joven cochabambina producen una amplia variedad de rosas y entre ellas destaca la roja clásica o sangre de toro, con tallo largo y botón grande. La naranja o tropical es la más apetecida en Santa Cruz por su tallo corto; mientras que la leónidas o chocolate (por su color café) brilla por su exotismo al lado de la blanca o virginia, que fue introducida y que dio buenos resultados en Bella Vista. “Nuestras rosas pueden durar hasta 10 días, no como las ecuatorianas y colombianas que al tercer día se voltean”, asegura Carla para quien Bolivia tiene un gran potencial en la floricultura.
Ante viento, helada y granizo
En cuatro años de vida de K’acha T’ika, sus socios combatieron a las tormentas con rompe vientos; al granizo, con techos de plástico más fuertes y al frío, resguardando sus cultivos con calor; pero nada pudieron hacer ante el cierre de Lloyd Aéreo Boliviano —que llevaba sus productos a la Argentina—, el contrabando de flores y la cancelación del beneficio arancelario del ATPDEA con Estados Unidos, que obstruyó el ingreso a ese mercado. Pese a ello, Flor bella capeó la crisis y sus capullos se abren ante la opción de conquistar España desde este mes con un primer envío.
Además, la variedad de flores en K’acha T’ika se amplió a gerberas, aves de paraíso, gladiolos, crisantemos y liliums que presentan un abanico de opciones. Actualmente, los floricultores de la zona producen 1.500 paquetes de variadas especies. Las rosas orgánicas de hasta 90 pétalos son las cartas de presentación de Bella Vista, donde quedan pocas casas sin su propio invernadero.
Víctor Riveros, el esposo de Rosmery Tudela, anunció su retorno desde Madrid para fines de agosto; en tanto que Carla Mamani ya busca el nombre para instalar su propia florería. Todo, gracias a las damas mimadas de la asociación K’acha T’ika que no ocultan sus secretos, como resume el ex trabajador del Servicio Nacional de Caminos, Víctor Solano: “Si tratas con cariño a las flores no se harán q’illi (no se harán rogar)… tardarán un poquito, pero eso sí, después te regalarán sus rosas, sus clavelitos y sus lisandrus”.
Fuente : http://www.la-razon.com/versiones/20090816_006821/nota_277_861874.htm
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