lunes, 13 de julio de 2009

Para combatir la pobreza


Es más que una fiesta| Lo que ocurre en Padilla es una reactivación productiva que aprovecha dos frutos originarios de Bolivia como el ají y el maní. El trabajo inicial ha sido realizado por instituciones cooperantes y productores que buscan su autosostenibilidad

“De Pila Pila son mis papás”, cuenta la pequeña Aleja, que vende ramitos de retama a las puertas de la pizzería Pecos Bill de Sucre. Pila Pila es una zona productora de ají y maní, pero sus padres ya no siembran. Mendigan en la capital.


Ese pueblito está cerca de Padilla, el reducto desde donde Juana Azurduy movilizaba a sus amazonas contra la centralista oligarquía española. En Padilla se organizó la VIII Fiesta del Ají (27 y 28 de junio). Un letrero hecho con vainas de este picante fruto se podía leer a la entrada del coliseo principal, donde se reunieron expositores de 18 asociaciones. Poco a poco, esta actividad ha ido adquiriendo carácter nacional. Sorprende saber, por ejemplo, que la mayor concentración de los cultivos está en cinco provincias chuquisaqueñas.


La oferta total en Bolivia es de 4.000 toneladas de este producto deshidratado y en vaina. El 53% viene de importaciones -y contrabando, obviamente- de Perú. Chuquisaca produce el 85% de ese total; Santa Cruz apenas supera el 4,5%. Pero las cifras eran distintas hace nueve años, cuando un joven campesino, que luego sería alcalde, volvió a su natal Padilla después de estudiar agronomía en la capital. Se preguntó por qué el ají estaba desapareciendo. Ese joven era Constancio Salazar, que actualmente lleva ya tres gestiones como alcalde.


Con el precio bajo y las enfermedades como la chorrera, causada por las larvas de una mosca cuyos huevos crecen en los frutos, que luego son víctimas de un hongo, el cultivo ya no era atractivo, pese a que era una tradición “desde los abuelitos”, como cuenta Ignacio Janco. Este agricultor siembra en el remoto municipio de San Lucas. Para llegar hasta Padilla deben pasar por Potosí y Sucre, obviamente. Es tan lejano el lugar que un comprador coreano dio marcha atrás cuando supo que debía recorrer casi nueve horas a pie hasta la zona. Con 500 productores, el lugar ha comenzado a dar una variedad llamada ají coreano.


La amenaza de la chorrera y la roya, que como cuenta el productor Jaime Zardán, arrasaban hasta con el 60% de la producción, preocuparon al alcalde. Varias instituciones se unieron, identificaron cultivos y depositaron recursos y esperanzas en el ají, el maní y el orégano. El representante de Usaid en Bolivia, Jorge Calvo, recuerda que en octubre de 2000 había nacido el proyecto MAPA y también el Sistema Boliviano de Tecnología Agropecuaria (Sibta). Tenía apoyo de Usaid, Cosude (Suiza), Danida de Dinamarca, Holanda e Inglaterra. Se formaron así cuatro fundaciones, instaladas en distintas regiones del país. Fundación Altiplano, Fundación Trópico Húmedo, Fundación Trópico Seco y Fundación Valles. Fundación para el Desarrollo Tecnológico Agropecuario de los Valles (FDTA) es su nombre completo. Esta institución es clave para comprender cómo este producto, cuyo origen está en Bolivia (hay ajíes silvestres del Chaco y la Amazonia), comenzó a repuntar en el mercado. Esta fundación ejecuta el mencionado proyecto MAPA, por sus siglas en inglés, con fondos de Usaid. Programa de Acceso a Mercados y Alivio a la Pobreza se llama este esfuerzo entre Bolivia y Estados Unidos. En el altiplano y los valles se destinaron $us 10 millones y específicamente, en el programa del ají, ha invertido casi $us 990.000.


Con el interés que pusieron los alcaldes de municipios como Padilla, Tomina y Monteagudo, el proyecto empezó a marchar. Jorge Calvo, representante de Usaid en Bolivia, recuerda que se usaron botellas de plástico que contenían algodón, vinagre y a veces chancaca o empanizao, se atraparon a las moscas y se redujo a cero la plaga de la chorrera. Todo esto se hizo sin utilizar insecticidas, por las limitaciones que tienen los reglamentos de Usaid.


“La segunda etapa -continúa Calvo- fue limpiar genéticamente la semilla para tener ecotipos definidos de ají. Eso no lo hacía antes el agricultor”. Supongamos que se trata de una vaina de ají chicotillo, que tiene forma alargada. Se recolectan las vainas con mayor pureza y se rechazan las que no lucen alargadas y, por su forma, se acercan a otra variedad.

LA MUERTE DE UN VENDEDOR

Cumplidos estos dos pasos, ¿qué se podía hacer con tanto ají en Bolivia? Se decidió apoyar a empresas que compraban, procesaban y comercializaban las vainas. Pero como no es saludable, en una economía abierta, que existan monopsonios o compradores únicos, se instauraron las mesas de negocio en Santa Cruz, Padilla y Sucre. La Feria Conecta, en la capital oriental, fue una de las más recientes. En ella los agricultores intercambian experiencias y, mientras esperan a sus potenciales compradores, reciben asesoramiento.


Quienes no ven con buenos ojos el contacto directo entre productores y compradores son los intermediarios. Ignacio Janco cuenta que se han asociado y se ponen de acuerdo para ofrecer un mismo precio, que siempre tiende a bajar. Quienes han adoptado la estrategia de construir galpones para almacenar el producto y esperar mejores precios son los guaraníes de la asociación Apiaguaiki Tumpa. Las zonas de Añimbo, Huacareta y Rosario del Ingre integran esta agrupación, que dirige el guaraní José Corrales. Algunos de ellos están en la comunidad Yaire, que se formó hace dos años en condiciones paupérrimas con guaraníes que salieron de las haciendas. Ahora, orgullosos, participan por primera vez en la Feria del Ají. “Queremos demostrar que podemos producir. Nuestros abuelos estuvieron siempre en las haciendas, y ahora que nos ven libres lloran al contarnos cómo vivían”, narran José Corrales, Ángel Miranda y Fausto Ibáñez. “Ahora que estamos asociados podemos contra los intermediarios, porque el año pasado la arroba de ají estaba en Bs 150, y ahora está entre Bs 85 y 100. El año pasado vendíamos el maní en Bs 500 y ahora nos quieren pagar 250”.


La rueda de negocios trajo buenas noticias para los guaraníes que estuvieron ‘apatronados’. Un comprador privado de La Paz quiere adquirir 200 quintales de ají dulce huacareteño cada año, cuyo cultivo arrancó hace apenas seis meses. “Yo creo que algunos intermediarios, igual que los patrones, se van a morir de rabia”, comenta Fausto, que pertenece a una de las 50 familias que hoy pueblan Yaire. En su caso, el apoyo para la producción llegó de Cipca.

LOS MERCADOS NOSTÁLGICOS

Sin duda, Apajimpa es la institución modelo en el lugar. Es la Asociación de Productores de Ají y Maní de Padilla. Alcides Ovando, un hombre de campo, se encarga de la comercialización del producto estrella, que es el ají rojo punta de lanza semipicante (ají semipicante, para abreviar). España, a través de Majo Trade, ha recibido ya tres toneladas de este producto, y tres de ají amarillo. Todas para los bolivianos que extrañan los frutos bolivianos. “El mercado local consume un 75% de lo que producimos. Nuestro ají dulce ya está llegando a La Paz, y es más rico que el del Perú. Usamos métodos naturales de producción”, comenta. Si la tendencia sigue así, las 273 familias que reúne Apajimpa pronto tendrán que aumentar las 9.000 arrobas que cada año producen.


Con sus uniformes beige y verde, los técnicos y agricultores de Apajimpa están listos para mostrar a quien se acerque a su stand las bondades del maní larguillo, una variedad que se siembra desde siempre en la zona. Sí, Bolivia es centro geográfico del maní a escala mundial, según estudios que tiene Apajimpa. Setecientas variedades, señoras y señores. Cada zona tiene las suyas: el larguillo de Padilla, el pico ‘e loro de Serrano, el overo del Pincal, el overo chiquitano (apetecido en chocolatería por su pequeño tamaño) y otros más. Con ese potencial, Apajimpa se ve a sí misma, en el futuro cercano, convertida en microempresa. En la planta que tienen cerca del pueblo se procesan ambos productos. ¡Se cepilla cada vaina de ají para limpiarla y darle cierto brillo! Y eso, sin contar el laborioso proceso de preselección y cortado de los palos.


En esa planta hay máquinas que muelen el ají y clasifican el maní. También se los tuesta en vaina, con un horno de convección de aire caliente, que permite programar con precisión el grado de tostado, como explica el técnico Santiago Cerrudo.


En las zonas de Toro Toro, Aiquile y Mizque se cultiva maní orgánico. Ya lo probaron en Holanda, donde enviaron 40 toneladas.

Se espera cautivar al mercado europeo con las vainas gigantes de variedades como el Virginia o larguillo; bastan poco más de 20 granos para completar una onza, mientras que la variedad Runner más grande requiere de más de 34 granos para alcanzar ese peso. Ya se enviaron 12.000 toneladas a Perú y pequeños volúmenes a España e Italia. Es posible que Holanda realice un trabajo de marketing para el maní de origen, que no puede ser otro que el boliviano.

LA NOBLEZA DEL ORÉGANO
Un día, los integrantes de la Fundación Valles vieron dos invernaderos grandes cerca de Tomina y se enteraron de que una ONG canadiense estaba haciendo pruebas con variedades de orégano. La fundación decidió apoyar el proyecto y así se saltó de los campos de prueba a los de cultivo comercial. Cinco municipios fueron involucrados: Sopachuy, Villa Serrano, Mojocoya, Tomina y Padilla. Cinco de las diez cooperativas de la Asociación Central de Cooperativas Agropecuarias del Norte y del Centro de Chuquisaca recibieron asistencia técnica de la Fundación Valles, siempre con recursos de Usaid. Comenzó la multiplicación de plantines y la tecnología de secado. Compraron hornos para deshidratar tabaco que fueron adaptados para la hoja. Al principio se recogía el orégano de las parcelas en fresco y se llevaba a la planta de Tomina. “En ese tiempo había pérdidas, porque la hoja se oxida y se ennegrece muy rápidamente. Hay que cortarla y antes de una hora tiene que empezar el secado, al sol o en los hornos para evitar el pardeamiento enzimático, que es el ennegrecimiento”, explica Ricardo Alem, coordinador técnico de la Fundación Valles. Actualmente, hay agricultores que tienen una secadora en sus parcelas y pueden entregar orégano seco y despalillado.

En Tomina hay un jardín con más de 50 variedades traídas de Canadá, Turquía, Francia y Argentina. Por eso las ‘miman’ regándolas por goteo.


Los mercados de exportación exigen hojas con diferentes características. Según se trate de Brasil, Uruguay o Argentina, es necesario empacar hojas más verdes, o a veces con mayor contenido de flores. El jardín permite multiplicar estas plantas previa selección positiva.


¿Y Aleja? Son las diez de la noche y la pequeña sigue vendiendo retama a la entrada de una pizzería. No sería extraño que programas solidarios como éstos lleguen a sus padres y un día pueda la pequeña, liberada de la mendicidad, tocar las puertas de la Pecos Bill y decir: “Aquí está su pedido de orégano”.

Es difícil cubrir la demanda

Constancio Salazar
Alcalde de Padilla

• ¿Recibe ingresos el municipio por las ventas de ají?
No, pero sí lo hay para las familias. El ají estaba desapareciendo. Nadie se dedicaba a sembrar por las enfermedades de la planta y porque no había mercado.

•¿Por qué el ají y no otros cultivos?
- Chuquisaca centro produce ají, maní, orégano y algunos frutales. No se quería apoyar al maíz y a la papa, porque además de estar ya arraigados, necesitan muchos recursos para invertir. El ají es para familias pobres y su inversión es bastante reducida.

• ¿Cuánto cuesta sembrar?
Un kilo de semilla de ají cuesta 50 ó 100 bolivianos y alcanza para una hectárea; para sembrar una hectárea de papa se necesitan 150 arrobas, que cuestan entre 1.000 y 1.500 dólares.

• ¿Y cómo van las ventas?
Antes, el 85% venía del Perú; ahora trae hasta un 40%. Bolivia sólo puede cubrir un 30% de la demanda internacional. Este año se han producido 500 toneladas, y una sola empresa de España quiere 20 toneladas por mes.

Fuente : http://www.lostiempos.com/oh/actualidad/actualidad/20090712/para-combatir-la-pobreza_24900_38886.html

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